Imaginemos que las Olimpiadas de Barcelona hubieran sido el caldo de cultivo experimental para una operación de desestabilización política internacional, que en la costa estuviese anclada una flota de submarinos exsoviéticos a la espera de una orden de atacar y que una culturista hormonada, hija bastarda del difunto mariscal tito, acabase enamorando a Terminator.
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