La Virgen de Navidad



Mal abrigada vas. Nos nieva. Siempre

la nieve y Tú. Siempre nevando

se busca entre tus huellas la memoria

casi desconociéndose en el frío,

cuando vienes así, pidiendo a tientas

un sitio entre las cosas, un silencio

donde encender las lágrimas de Dios.

Porque dentro de Dios vas desdoblando

ciudades y horizontes, vas a prisa

descerrajando todos los caminos

que se arrugan detrás del desamor

lo mismo que montañas. Mira, Mira

se te cierran las puertas como párpados

cuando te ven abrir hacia la noche

las manos, cuando siente gotear

tus ojos en el corazón de todos

igual que en un espejo y te conocen

porque te has asomado, porque estás

mirándote como eres en sus olas.





¿A dónde llevarás el llanto tierno

que te llueve en la sangre, a dónde, a dónde

vas a llevar a Dios para que nazca?





Una casa. ¿Te llamo?

El comedor

huele a champán. Arde la chimenea

mientras los niños duermen en moisés

de cretona. Pero no quieres... ¿Es

que no te abrirán?


(Las calles otra vez

y en cada puerta el hambre de tu mano

con nieve, porque está la noche blanca

de nieves en espera de los ángeles).





¿Oh!, ya has andado mucho, ya has pisado

muchas tierras mirando a todos lados

a ver si alguien te llama por tu nombre,

a ver si sube al eco de tus ojos

una voz de amistad. Y siguen, siguen

cayendo tus llamadas sin respuesta

en el hotel común, en la posada

grande que le alquilamos a Dios mismo

para saber vivir como extranjeros.





En este hotel millones de inquilinos

no te han visto jamás, jamás te han visto

y aun los que te conocen se han dormido;

han debido dormirse porque están

roncos los timbres de anunciar tu nombre

al oído de cada corazón.





Y Tú te vas, te vas entre la noche;

Tú sola con la nieve, porque Dios

ha de nacer y hay que buscarle cuna.

Y las cunas no están en los bazares

de reyes magos; no están embaladas

en el viejo almacén, está al fondo

de cada sueño por donde vas Tú

pidiendo albergue; sola Tú en la noche;

sola en la noche Tú, sola en la noche

de cuyos poros va a brotar la música,

la diana imponente de los siglos

que empiezan a ser años otra vez.

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